Alfonso Mareschal
Expertos

¿Conoces a alguien que tenga algún problema de adicción? ¿Serías capaz de identificar a un adicto (si te lo encuentras por la calle, por ejemplo)? Y más importante todavía: ¿sabrías ayudarlo?

Para Oihan Iturbide (Pamplona, 1977), biólogo clínico, editor en Next Door Publishers y Yonki Books, y adicto rehabilitado, la droga es un gran tema de conversación, sobre todo entre drogadictos, pues sólo de pensar en ella las hormonas se disparan y uno ya es capaz de anticipar el subidón; sin embargo, para quienes han logrado escapar de ella supone un escenario conflictivo, una especie de tabú asociado a la palabra tóxico -tal y como pautan las sesiones de rehabilitación- y un recuerdo ennegrecido. Para todos, salvo para uno: el propio Oihan, cuyo caso es inaudito; porque lejos de callar, habla y derriba prejuicios; porque, además de ayudar a que nos (re)conozcamos a nosotros mismos, nos ofrece las herramientas, los testimonios y el conocimiento científico preciso. Y así de bien le va: cosechando éxitos y acercándonos a espacios que siempre estuvieron cerrados -y prohibidos-.

 

PREGUNTA: ¿La tuya es una historia de superación o de talento, Oihan?

 

RESPUESTA: Hostia, buena pregunta, ¿eh? Fíjate, yo creo que es una historia de suerte, la típica historia de un perfil muy compulsivo que encontró reconocimiento gracias a su trabajo. Porque yo dejé la droga, sí, pero me enganché a otras cosas vinculadas al mundo laboral, y lo admito: yo tengo una obsesión con el trabajo clarísima, y tengo que currármelo para que no me termine absorbiendo, a pesar de que me cueste muchísimo. Además, soy una persona de naturaleza emprendedora que ha tenido los recursos y la suerte. Supongo que algo de talento debo de haber manifestado también, porque desde muy pequeñito se me ocurrían o asociaba cosas que otros no veían. O se me ocurría desarrollar historias -que eran bastante locas, en su mayoría-. Lo complicado ha sido siempre buscarle rentabilidad a las mismas [risas]. Dicho esto, no sé si en algún momento llegaré a alcanzar el éxito socioeconómico que hay que tener par ser considerado como un hombre talentoso, porque, claro, he hecho muchos proyectos interesantes, pero nunca he ganado muchísimo dinero con ellos; pero si me lo llegaran a considerar algún día sería precisamente por esa combinación de la que hablábamos: el entorno, el momento y, en un amplio porcentaje, la suerte.

 

P: Tanto a nivel profesional como particular, ¿cuáles son tus historias favoritas?

 

R: Volviendo a la pregunta anterior, voy a empezar diciendo que a mí no me gustan las historias de superación. De hecho, yo mismo tengo un perfil al que seguramente nunca seguiría y por el que seguramente nunca me interesaría. Me pasa, además, que me revuelve mucho el sufrimiento ajeno, por mucho que sea tratado desde el humor o desde un punto de vista profesional o de autoayuda. Por eso no me dedico de una forma mucho más activa a la asistencia o a los grupos de terapia -que es algo que también me preguntan mucho-, y es que a mí me resultaría imposible, dada la cantidad de situaciones vinculadas al sufrimiento que hay.

 

Con el asunto de las adicciones existe, además, un extra, y es que tampoco soporto a los adictos. No me gusta nuestra personalidad: somos narcisistas, egoístas, manipuladores… aunque dejemos la droga, nos quedan resquicios; entonces, como te decía, mi perfil es un perfil que no me gusta en absoluto. Respecto a otras personas con vidas complicadas que han logrado superarlas, no suelo leer nunca obras biográficas, aunque sí que disfruto cuando se tratan todos estos asuntos en una obra de ficción. Supongo que se debe a la distancia física y emocional que se genera. Por ejemplo, vengo de la leer la novela gráfica 'Hierba' (Reservoir Books, 2022), de Keum Suk Gendry-Kim, que tiene un montón de premios y trata sobre las esclavas sexuales que reclutaron China y Japón en toda la guerra con Corea. La historia es brutal y durísima -precisamente por ser real-, y a mí me dejó hecho mierda; sin embargo, si eso me lo cuentas con ficción lo disfruto. Disfruto la estructura, disfruto los personajes, disfruto cómo está elaborada, ¿sabes? Y es por eso, porque no tengo una implicación emocional con la historia narrada.

 

P: Hace poco te leíamos en Twitter que te gustaría decorar con las portadas de los libros en los que has participado las paredes de las escaleras de tu casa. Teniendo en cuenta el titánico trabajo que desarrollas en el sello Yonki Books, ¿adónde dirías que conducen esas escaleras: al cielo o al infierno?

 

R: Si pienso en el trabajo de Yonki Books -que es uno de esos proyectos interesantes que no generan grandísimas cantidades de dinero, como te decía al principio-, diría que son unas escaleras al cielo en momentos muy puntuales y unas escaleras al infierno la mayor parte del tiempo [risas]. Hay que tener en cuenta que la gente que lee los libros de Yonkien su mayoría es porque, o bien tienen problemas, o bien porque conocen a alguien que los tiene, y, por tanto, su entrada en ese mundo va a ser dolorosa, tal y como me pasó a mí con 'Hierba'; o tal y como me pasa cuando me pongo a editar uno de esos libros por primera vez.

 

Me doy cuenta de que antes no te contesté a cuáles eran mis historias favoritas a nivel profesional, pero con esta pregunta también te estoy respondiendo; porque en este caso sí que me gusta publicar historias de superación -a pesar de que yo no las disfrute-, porque creo que son útiles y, sobre todo, porque creo que la gente las necesita, especialmente con el tema de la droga. Me pasa, como con las otras, que a mí me llevan al infierno, a revivir muchas cosas, a querer entrometerme y a pensar: "Ay, esto yo lo hubiera escrito de otra forma; le falta humor, le falta ironía", aunque luego no las trastoco demasiado -además, como la mayoría son traducciones no puedo llegar a un acuerdo con el autor-. Sea como sea, todo tiene también su parte positiva. En el caso de Yonki Books, cada vez que alguien nos agradece que hayamos publicado una obra concreta, o el descubrimiento de un autor que trataba su mismo problema de un modo distinto al que están acostumbrados -cercano, evitando el paternalismo y la condescendencia-, y que además les haya ayudado y servido, eso ya equivale a una escalera que te lleva al paraíso, es la motivación para seguir trabajando. Y, bueno, ya si ganásemos dinero sería una escalera automática [risas], pero mientras tanto estamos en ello: bajando y subiendo.

 

P: Reza vuestro eslogan que hacéis "libros para dinamitar prejuicios". ¿De dónde surge esta motivación? Y más importante todavía: ¿cómo se logra?

 

R: Hablando con naturalidad, eso lo primero. Esto fue algo que comprobé al salir de desintoxicación, cuando todavía estaba muy tierno, con muchísimo miedo a la vida y sin el descaro ni la soltura que tengo ahora mismo. Es cierto que yo siempre admití que era un yonki, y soy consciente de que hacerlo hace 15 o 17 años todavía impactaba más que ahora, que estamos en un momento donde por suerte se habla con mayor naturalidad de estos asuntos o de salud mental; pero es que en aquel entonces no se hablaba de nada de esto. Claro, así fue como yo me di cuenta de que al tratar determinados asuntos se hacía un silencio en la mesa, se mascaba la tensión, a pesar de que luego los interlocutores -en especial la gente nueva con la que hablaba y que no me conocía de antes- se interesaran por todos ellos, bien porque tenían a un hermano que consumía, bien porque tenían a un primo que bebía, bien porque nunca habían encontrado a nadie con quien poder hablar de aquello, no sé; lo que era evidente es que sólo con una palabra, "yonki", si la decías en el momento oportuno lograbas generar una serie de transformaciones muy potentes, transformaciones a tu alrededor que, de hecho, lograban reducir los prejuicios. No te digo eliminarlos, porque hasta yo mismo sigo manteniendo algunos, pero sí reducirlos, permitiendo que la realidad permease un poquito más en todos nosotros. Así fui entendiendo el estigma del heroinómano, el estigma del drogadicto, el estigma del alcohólico… y también fue como aprendí que la única forma de derribar los prejuicios es con naturalidad y cultura: leyendo, viendo, viajando -si puedes-, viendo documentales, indagando sobre autores y autoras de otros lugares y tradiciones. De verdad, no creo que se pueda reducir el prejuicio de ninguna otra manera, porque incluso la empatía -que es una emoción muy humana y muy genuina- requiere a veces de cultura.

 

 

Oihan-Iturbide-Adicción-Drogas

 

 

P: ¿De qué dirías que se compone, precisamente, la adicción?

 

R: ¡Qué buena pregunta! Pues, mira, te diría que el tipo de sustancia que empiezas a consumir primero podría tener un peso del 15 %. Al fin y al cabo, no es lo mismo empezar a consumir heroína que empezar a consumir alcohol, pues la dependencia se desarrolla con tiempos muy diferenciados.

 

Por otro lado, la edad a la que empiezas a consumir diría que supone el 30 %. Si empiezas a consumir a los 14 años, como empecé yo, tu probabilidad de desarrollar una adicción -sobre todo si tienes el resto de ingredientes- va a ser muy elevada. Si empiezas a consumir a los 21 va a ser más difícil que te hagas adicto. Se puede dar, evidentemente, pero va a ser más difícil.

 

Otro 30 % podría ser el nivel de trauma temprano que ha habido en tu vida. De este modo, las personas que han tenido trauma temprano -y cuando hablo de esto me refiero a una infancia con abusos, maltrato físico, o incluso abandono o abandono constante de las necesidades- y que no han contando con alguien que les enseñe con qué recursos pueden afrontar correctamente su realidad, tienen unas posibilidades enormes de buscar luego en las sustancias o en la conducta algo que les sirva para evitar todo el sufrimiento. Y si encima prueban la droga siendo jóvenes, como decíamos, ya para mí es un cóctel molotov.

 

A la genética yo no le metería más de un 10 %. La gente se empeña en darle mucho peso en la ecuación, pero para mí es una pequeña trampa dentro del discurso de la adicción, y realmente considero que los puntos anteriores son mucho más determinantes dentro de su posible desarrollo.

 

Por último, el ambiente económico y sociocultural también computaría un 15 %, porque en lugares de mucha precariedad siempre hay mayores posibilidades de acabar siendo adicto.

 

Sea como sea, estas son mis sensaciones y esta es la distribución que yo haría, que seguramente no tenga nada que ver con la de un médico o un psicólogo, o un antropólogo, o un trabajador de reducción de daños, con las que muy probablemente no coincidiría.

 

P: ¿Crees que conocer y entender la composición -o la realidad- de algo nos ayuda a prevenirlo o evitarlo?

 

R: En el caso de la adicción, que es una situación que lleva implícita el autoengaño, resulta muy, muy, muy complicado contestar; porque el autoengaño es tan poderoso y tan sofisticado que los argumentos que un adicto va a encontrar para decirte que es consciente de su realidad y que aun así ha decidido seguir consumiendo son tan elaborados que no va a dejar de creérselos. Tú que estás fuera y lo estás oyendo quizás frunzas el ceño y pienses: "chaval, ¿pero tú eres consciente de lo que estás defendiendo?", pero para él funcionan de verdad. Entonces, claro, para ser verdaderamente consciente y salir de esa adicción lo primero es lograr trascender el autoengaño y darte cuenta de todas tus limitaciones. Sólo en ese momento podrás abandonarlo, según mi experiencia; es decir, cuando descubras, como descubrí yo, que tu capacidad de desarrollo personal es nula -con todo lo que esto supone-, será cuando salgas del bucle.

 

P: Y al margen de la lucha contra el autoengaño, ¿de qué más cosas se compone un proceso efectivo de desintoxicación?

 

R: De motivación, sin duda. Y es que, ahora mismo, los nuevos métodos de trabajo que se aplican en rehabilitación están todos atravesados por lo mismo: motivación, motivación y más motivación. Por suerte, hemos aprendido que el castigo ya no supone una buena estrategia; de hecho, nunca lo fue. A algunos de nosotros nos tocó vivirlo y también nos costó varios años afrontarlo y recuperarnos de todos los momentos terroríficos que inundaban las terapias, pero ¡por fin han encontrado algo mucho más poderoso y efectivo! Ahora bien, ¿de qué se compone esa motivación?

 

En mi caso, la motivación que sentí para desintoxicarme estuvo mediada en un 90 % -como mínimo- por el miedo, aunque creo que podría decir perfectamente que fue en un 100 %. De verdad, yo tenía mucho, muchísimo miedo: a la terapia, a lo que iban a decir de mí, a mi familia, a la propia droga, porque los meses previos a enfrentarme a ese momento había experimentado mucha locura, sensaciones horribles, pensamientos totalmente alejados de la realidad; y a mí eso me asustó. De hecho, al año y medio de dejar de consumir tuve que empezar con un proceso terapéutico muy potente, para poder terminar de resolver ese miedo y evitar la recaída.

 

Si pienso en la gente a la que he podido conocer y entrevistar a lo largo de estos años para el podcast de ‘Yonki’ se me ocurren otras causas, por supuesto, porque todas las motivaciones tienen una composición diferente. El cantante Zenet, por ejemplo, a quien entrevisté hace un año, me habló en su momento de la autoestima, y de que uno de sus grandes empujes para salir de la adicción fue su voluntad de recuperar su percepción de validez profesional en el mundo de la música, porque sentía que su identidad estaba absolutamente atravesada por la droga, a pesar de ser popular; y lo que quería era volver a estar contento consigo mismo, volver a ser quien había sido.

 

A este respecto, el trabajo constituye un empuje muy importante, sobre todo en perfiles exitosos que lo han perdido todo por culpa de su adicción. Pienso en abogados o cirujanos buenísimos que estuvieron a punto del colapso profesional -y personal, claro- y que lograron afrontar el cambio porque querían volver a sentirse útiles, para sí mismos y para la sociedad. Aunque, bueno, es verdad que estos casos son especiales, pues dentro del proceso de rehabilitación el trabajo es el último aspecto que al que te reincorporas.

 

Hay otros entrevistados para quienes su mayor motivación fueron su pareja o sus hijos. Sin embargo, uno puede llegar a desintoxicación por esos motivos, es decir, uno puede sentir el impulso, ir y aceptar que tiene que dejar consumir inmediatamente; pero, desde mi punto de vista, si no hay -mucho- más trabajo de por medio seguramente no se logre sostener. O sea, cuando esa persona lleve dos, tres, cuatro, seis meses sin meterse nada, con mono, con malestar, y se vea en la situación propicia, muy probablemente se vaya a olvidar de sus hijos y de su pareja y vaya a gritar: "¡A la mierda! Mañana vuelvo a dejarlo y listo", porque, como te digo, son motivaciones que funcionan al inicio, pero que luego no se mantienen.

 

En esta misma línea, hubo otra compañera con la que charlé –Mari, se llama- que tuvo un bebé y llegó un punto en el que estuvo tan desesperada que empezó a robarle a sus propios padres para poder consumir; todo mientras su bebé estaba con ella, en la cuna. Según me contó, fue esa imagen de sí misma la que en un momento dado la llevó a ponerse en recuperación; un momento increíblemente trágico en el que tuvo el grado de consciencia adecuado. Son episodios que suelen repetirse en una buena cantidad de las obras que edito, sin ir más lejos: instantes de revelación, fogonazos de luz, pero luego esa luz no se mantiene -o no lo hace, al menos, sin ayuda del trabajo terapéutico adecuado-.

 

En realidad, con todas las motivaciones que estamos comentando sucede una cosa, y es que a la larga no se sostiene ninguna. La clave, para ello, consiste en trabajar en uno mismo. Y no basta con dejar de consumir; no, claro que no. Lo más difícil es lograr mantenerlo en el tiempo. Por suerte, los seres humanos, como mamíferos, somos gregarios y necesitamos de los demás para sobrevivir; y cuando perdemos el estatus -o el valor social- sentimos la irremediable exigencia de recuperarlo o revertirlo. Porque sin estatus no hay valor; sin un papel en la manada, el animal descarrilado muere; y a nosotros nos pasa algo parecido: si abandonamos lo que somos -como padres, como hijos, como trabajadores, me da lo mismo- llegará un momento en que nos sintamos perdidos y queramos reengancharnos al entorno, volver a sentirnos útiles y queridos; y la motivación es crucial para conseguirlo.

 

 

*Fotografías tomadas y cedidas por María Missaglia.

 

 

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*Esta entrevista fue publicada originalmente –y en un formato más extenso– en Revista Popper.

 

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