Alfonso Mareschal
Expertos

Para la psicóloga Alicia Méndez, "cuando tu vida cotidiana deja de ser lo que tú conocías como vida cotidiana es el momento de decir: 'oye, pues igual necesito ayuda'". Sobre cómo, cuándo y a quién solicitarla versa esta entrevista, en la que tratamos de alertar de los posibles riesgos de no cuidar de la salud mental desde las instituciones y en el propio día a día.

Como psicóloga especializada en neuropsicología y neurociencia cognitiva que también acude a sesiones de psicoterapia, Alicia Méndez entiende –y explica– la salud mental de un modo privilegiado. En un momento en que cada vez estamos más preocupados por ella, charlamos con la fundadora del gabinete Amablemente –y psicóloga de confianza del servicio Avantis Salud– sobre el modo, momento y lugar en que una relación terapéutica debería iniciarse, cómo llevarla a cabo y las distintas formas con que podemos acceder a ella a través del Sistema Sanitario –público o privado–.

 

PREGUNTA: Según el estudio ‘La situación de la Salud Mental en España (2023)’, elaborado por la confederación Salud Mental España y la Fundación Mutua Madrileña, "la población española otorga un 4,5 sobre 5 a la importancia que la salud mental tiene sobre su bienestar general". Imagino que tú le otorgarías un 5 sobre 5, ¿no? Pero ¿en qué medida se encuentra vinculada nuestra salud mental al resto de aspectos de la vida?

 

RESPUESTA: Realmente, la salud mental no se puede entender sin el resto de los elementos que componen la salud, en general; igual que éstos no pueden entenderse, tampoco, sin tenerla en cuenta a ella. Siendo así, la salud mental tiene aspectos de salud comunitaria, de cómo nos relacionamos con el medio –y de cómo se relaciona el medio con nosotros–, es decir, depende del contexto; y cualquier intervención psicoterapéutica que no tenga todos esto en cuenta será una intervención psicoterapéutica destinada al fracaso. ¿Por qué? Porque ante problemas aparentemente similares, las soluciones puede que no sean las mismas, ya que no se ha tenido en cuenta el contexto de cada caso para elegir las herramientas con que afrontarlo. Las personas son un universo en sí mismas; bueno, más que un universo, una galaxia: algo súper complejo que necesita inputs y respuestas –específicas– para cada circunstancia.

 

P: Por desgracia, y al mismo tiempo, "un 74,7 % de la población considera que la salud mental de la sociedad española ha empeorado". ¿Cómo casa este dato con el anterior? Es decir, ¿cómo puede empeorar la situación de algo que cada vez nos tiene más preocupados?

 

R: Es que quizá ahora le estemos dando una mayor importancia a la salud mental porque vemos que ha empeorado, ¿no? Si algo bueno tuvo la pandemia fue que nos descubrió infinidad de situaciones a las que no estábamos acostumbrados: la frustración de no poder hacer nada, la baja tolerancia, la incertidumbre ante la proximidad del riesgo... y todo, además, ¡sin poder salir de casa! Evidentemente, algo tocados nos quedamos, y tal vez fue el momento en que empezamos a ver la importancia de la salud mental, pero estoy segura de que venía de antes; no obstante, muchos pacientes han contado cómo durante la pandemia se sintieron estupendamente, porque el mundo se había parado, la necesidad por hacer, o la presión por conseguir determinados objetivos también desapareció, así como los conceptos de hiperproductividad o hiperresponsabilidad–al menos por un rato–. Dicho esto, me parece normal que las cifras de las que hablamos sean tan altas, porque importancia y necesidad suelen ir de la mano; y sólo cuando un problema se hace evidente es cuando empezamos a interesarnos. Y esto es algo bueno, por una parte, pero también malo. ¿La parte positiva? Parece que ya somos conscientes de que la salud mental hay que cuidarla, y que es igual de importante que cualquier otro ámbito dentro del sistema sanitario. ¿La parte negativa? Me asusta que se quede sólo en el mensaje, y que ese mensaje no se apoye con la fuerza necesaria, es decir, mejorando la atención –pública y privada– y formando a profesionales rigurosos, afines a la metodología científica y a manuales válidos, preocupados por la calidad de las pruebas a realizar y por el acierto de sus diagnósticos; y ese es un reto para el que habrá que ver si estamos preparados.

 

P: Tal y como te hemos podido escucharte en alguna que otra ocasión, "Instagram no es terapia", ¿verdad? ¿Qué lo sería, si no?

 

R: La palabra terapia viene del griego therapeia, que significa "curación". En este sentido, la psicoterapia –que es lo que yo llevo a cabo en Amablemente– se entiende como un modelo científico de intervención con la persona, una herramienta que ayuda a los pacientes a resolver determinadas circunstancias, a poder lidiar con sus problemas, que pueden ser tan variados como el acompañamiento de una persona cuidadora a otra con Alzheimer, o el acompañamiento a profesionales que conviven con situaciones de estrés diarias, tales como bomberos, policías o médicos. En todos estos casos, lo fundamental para llevar a cabo una buena evaluación –y, por tanto, una buena intervención– es la valoración inicial, que dependerá del modo en que, además de recoger tu historia clínica, recoja todas las variables que puedan estar influyendo en ti en este preciso momento. A partir de ahí, seré capaz de valorar cuáles son las mejores herramientas, protocolos o técnicas –científicamente probadas siempre, claro–.

 

Cualquier otra alternativa, para mí no es terapia propiamente dicha. Hay quien llama así a lo que se hace en redes sociales, por ejemplo, pero –en mi caso, al menos– la única forma correcta de hacer terapia es esa: con un profesional honesto y que se tome en serio al cien por cien la problemática con la que el paciente viene a consulta. Esa es la calve de toda intervención psicoterapéutica: la relación que se establece entre el paciente y la psicóloga, que debe estar basada en la confianza y en la capacidad de conformar, conjuntamente, un espacio seguro, donde poder abrirnos libremente.

 

Acabo de darme cuenta de que, hasta ahora, he estado hablando en singular, pero lo correcto sería usar el plural; porque el trabajo es conjunto: entre la persona, que es la que mejor conoce aquello que le sucede, y nosotros y nosotras, que, como psicoterapeutas, tratamos de ayudarle. En este sentido, a mí me gusta decir que el paciente tiene un mapa, y los psicólogos una linterna que encendemos para ver algunas cosas, aunque la dirección y las necesidades siempre las marcan o demandan ellos, y es súper importante respetar eso.

 

P: Situémonos en el punto inmediatamente anterior a la terapia, si te parece. ¿Cuándo –o bajo qué motivos– deberíamos empezar a plantearnos, como posibles pacientes, acudir por primera vez a una consulta?

 

R: Esto es algo que también se trabaja mucho con ellos, con esos pacientes que vienen por primera vez a verte, por ejemplo. Porque la idea no es hacerte creer que vayas a necesitar un psicólogo de por vida, sino en momentos de apoyo específicos –aunque dependerá también de cada caso–. Siendo así, las consultas privadas, o la atención de un psicólogo general sanitario suele solicitarse cuando uno –o una– es incapaz de actuar como solía hacerlo hasta la fecha, de resolver o enfocar las problemáticas que le asaltan, o cuando siente que su bienestar se tambalea. Como digo, ni a los pacientes ni a los psicólogos nos debería de interesar cronificar un tratamiento, volverlo crónico, sino todo lo contrario: ver qué es lo que ha pasado en ese momento puntual de desconcierto, estudiar los indicadores que te han llevado a él –y que en el futuro podrían volver a aparecer–, y aprender a manejarlos. En resumen: cuando tu vida cotidiana deja de ser lo que tú conocías como vida cotidiana es el momento de decir: "oye, pues igual necesito ayuda".

 

P: ¿Admitir esa carencia nos vuelve vulnerables?

 

R: ¡Ese es el concepto! Porque cuando somos capaces de romper el muro que nos impide acercarnos a las vulnerabilidades, es cuando podemos enfrentarlas. Sin embargo, lo que suele suceder, al menos en España, es que no queremos exponerlas, hacerlas públicas, mostrarlas; ya sea por el modelo de sociedad, ya sea por el modo en que hemos sido criados, pero en el imaginario colectivo es algo que ha quedado asociado a la debilidad, ¿no? Sobre todo, en una serie de generaciones donde hablar de salud mental no fue nunca prioritario, o donde te reprochaban cosas como "¿De qué te estás quejando, si no te falta de nada?". Hay gente, por tanto, que no concibe que sea otro el que le ayude a resolver situaciones psicológicas que, a priori, sienten que deberían poder resolver ellos solos.

 

No en vano, aceptar que necesito ayuda es un proceso largo. Yo misma puedo pasarme las primeras sesiones intentando enseñarle al paciente por qué las herramientas que, hasta el momento le habían funcionado, han dejado de ser efectivas. Aquí, de nuevo, lo fundamental es dedicarle el tiempo necesario, transmitir confianza y confidencialidad, poder ofrecer un espacio cómodo, con un ideario e imaginario acorde a los objetivos planteados: que lleve al confort, a la calidez, al momento presente. Hay que evitar la confrontación, el reproche, lograr que el paciente baje la guardia para que pueda abrir la mente, y así, seguro, podremos avanzar y conseguir el compromiso –mutuo– suficiente.

 

P: ¿Crees que todas las personas somos, entonces, potenciales sujetos para ser asistidos psicológicamente –de una u otra manera...–? 

 

R: Ese es un tema muy discutido en Psicología. La verdad es que yo no creo demasiado ese mantra que asegura, sin matices, que "todo el mundo debería ir al psicólogo". Y si me preguntas, mi respuesta será "No lo sé". Es decir, ¿todo el mundo debería ir al neurólogo, por ejemplo? Pues a lo mejor sí, a lo mejor no. Sea como sea, no tener que ir sería lo mejor, ¿verdad?

 

En mi opinión, hay otros elementos –además de las terapias y consultas– en los que cabría reparar, y en los que sí valdría la pena invertir esfuerzos para que llegasen a todo el mundo, como son la prevención y el trabajo comunitario. Imagínate que desde pequeños nos enseñaran lo que son las emociones, para qué sirven, cómo pueden ayudarnos, etc., ¿no llevaríamos mucho terreno ganado? Y si, a pesar de todo, necesitaras la ayuda de un profesional, ya veríamos cómo afrontarlo. Porque distinguir para qué venimos a psicoterapia también es importante, ya que no todos los motivos de consulta son igual de profundos, o graves. Y tener clara una cosa: la psicoterapia no es un viaje a la India [risas], es decir, no tiene por qué cambiarte la vida, aunque sí puede producirte lo que a mí me gusta llamar "momentos eureka", facilitarte la identificación y comprensión de ciertos problemas, aunque tu vida seguirá siendo tu vida.

 

Por tanto, yo no me tomaría el hábito de ir al psicólogo como una verdad absoluta. No creo que todo el mundo deba ir, sólo quien lo necesite.

 

P: Y, para esos casos, ¿existe alguna diferencia entre las Unidades de Salud Mental de los centros u hospitales públicos, y las consultas privadas o gabinetes?

 

R: Lo que marca la diferencia es el profesional que te atiende, independientemente de si ha accedido al Sistema Público mediante el PIR –la prueba habilitante para ser Psicólogo Interno Residente– o de si ha cursado el Máster Universitario en Psicología General Sanitaria para ejercer en cualquier otro lado. Lo que importa es el trato, y que éste sea individualizado, honesto y cercano.

 

Tenemos que ser conscientes de hasta dónde llegan nuestras funciones –por ejemplo, tener clarísimo que nosotros no medicamos, o que no pautamos dietas–, de que necesitamos, también, de otros profesionales –como los psiquiatras, en según qué trastornos–, y de que algunos casos lo mejor es derivarlos. Porque estamos hablando de la salud de las personas, y tratar la salud de los demás requiere de una altísima ética.

 

P: También de recursos, tiempo y dedicación, tal y como hemos estado comentado. Exactamente, ¿cómo vamos en eso?

 

R: Uno de los mayores problemas que tenemos en España son las ratios, que son muy altas. De hecho, según algunos estudios, en nuestro país podría haber hasta un 67% menos de psicólogos clínicos que en el resto de las principales potencias europeas. Y, claro, con la cantidad de compromisos que debemos adoptar en relación con el paciente –que son los necesarios para poder brindarle un adecuado apoyo asistencial–, no dan los cálculos.

 

P: ¿Y a qué clase de riesgos nos sometemos si no somos capaces de darle la vuelta a la situación?

 

R: Si no se asientan bien las bases, el mayor riesgo que corremos es el de brindar intervenciones ineficaces. En psicoterapia hay un factor muy curioso, además, que tiene que ver con que, a las dos o tres primeras sesiones, es normal que la gente experimente una mejoría. Casi siempre. ¿Por qué? Pues porque todo el sistema psicoterapéutico está montado para hacerte sentir bien. Al fin y al cabo, desde que llegas a consulta hasta que te vas hay una persona pendiente de ti, hablando contigo, haciendo mil labores comunicativas, practicando una escucha activa, poniendo de su parte y devolviéndote información con el fin de establecer la mejor relación terapéutica posible. Somos como un vehículo, como un medio para que la otra persona alcance su bienestar, pero, claro, tú no puedes sentirte bien sólo cuando sales de terapia: también tienes que notar cambios –esos "momentos eureka"– en tu día a día. Y para eso hacen falta garantías. Si no, habrá pequeños desahogos, pero nunca cambios efectivos.

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